Mesopotamia 4000 a.c.
Los primeros rayos de sol comenzaron a despuntar al alba. En esta época del año todavía hacía frío durante las primeras horas de la mañana y esos rayos que bañaban todo ayudaban a que la aldea entrara en calor, que comenzara a despertar. Al Habeb llevaba unas horas despierto, se había levantado antes de la salida del sol para preparar la arcilla y los utensilios necesarios para su jornada de trabajo. Al Habeb era el maestro del barro del poblado.
— Despierta, Abbud, es hora de ponerse a trabajar— le dijo a su hijo, que seguía adormilado entre las pajas de heno que le servían como lecho dentro de su rudimentaria choza, también de paja y barro. Abbud se levantó somnoliento, pero no se quejó, sabía que su deber era ayudar a su padre, aprender su oficio. Este era uno de los más importantes en el poblado y que les daba cierto prestigio y privilegios. Los alfareros eran una pieza fundamental, ya que todo pueblo necesitaba de vasijas para almacenar el trigo y el agua, y para comerciar con ellas, puesto que no todos los poblados tenían a un alfarero experto. Los pueblos sin maestro se limitaban a producir las piezas más sencillas y compraban a otros pueblos la vajilla más “fina” y las grandes vasijas, que eran complejas de realizar.
Abbud salió de su choza y se desperezó viendo el sol salir. Todavía se podía apreciar claramente una gran luna en el cielo. Padre e hijo miraron la salida del sol en silencio, durante unos segundos, en silencio, maravillados ante el bello espectáculo del alba.
—Papá, que es ese brillo hay en el cielo—
—Debe ser una estrella que todavía no se ha apagado con el día, —dijo Habeb, mientras se alejaba y cogía los utensilios de alfarería.
Abbud se quedó mirando fijamente el cielo, nunca había vista un resplandor así, pero no le dio más importancia y siguió a su padre para empezar con las labores del día.
Empezaron a trabajar. Habeb amasaba la arcilla con cuidado. Hoy se había propuesto realizar vasos y pequeñas vasijas para el agua. Era una técnica muy compleja, y para que realmente tuvieran valor y se pudiera comerciar debían de estar muy bien realizadas, de manera uniforme, con paredes lo más finas posibles. Era lo que diferenciaba a los grandes maestros alfareros.
Habeb empezó a dar forma a un vaso. El proceso para conseguir que quedara simétrico en toda su circunferencia era complejo, no era fácil moldear un círculo perfecto y con la misma altura. Abbud miraba atentamente a su padre, intentando absorber todo ese conocimiento, mirando cada movimiento de sus manos, cada pliegue que realizaba con esas toscas manos sobre la arcilla.
De repente, a Abbud sintió un pinchazo en la nuca, como si se tratara de un pellizco dentro de su cabeza, un pequeño dolor que desapareció instantáneamente. Abbud se apartó de su padre, que lo miró extrañado, y se puso a buscar entra los maderos y utensilios que tenían en la choza que usaban como taller. Una idea le había venido a la mente, cogió un pequeño tablón de madera y lo apoyó sobre una piedra, de tal manera que pudiera girar en torno a ella.
— Papá, pon aquí la vasija y amásala mientras yo la giro —
Su padre, no era un hombre paciente, pero quería enseñar a hijo el arte de barro. Le hizo caso, pese a que no entendía el objetivo de todo aquello. No quería perder tiempo y que se le echara la mañana encima sin haber terminado el trabajo, pero aceptó para no desanimar al muchacho.
— Deja las manos quietas, dijo Abbud — mientras giraba la tabla lo más rápido que podía. Habbeb notó cómo el barro fluía y que la vasija tomaba forma regular en torno a sus manos.
En docenas de poblados de toda la región mesopotámica, muchos otros alfareros sintieron un pinchazo en su nuca esa mañana.
Orbita Terrestre
—Acérquese más al planeta X23e342RE — dijo el capitán a uno de los pilotos de la nave. El capitán Wolkos sabía perfectamente que el protocolo desaconsejaba acercase tanto a un planeta habitado a no ser que fuera necesario, y ésta no parecía una situación de urgencia.
—Capitán, podríamos ser vistos con un objeto de observación rudimentario, incluso a simple vista — dijo el piloto de la nave.
—Cumpla las órdenes. Esta civilización está en grado 2 de madurez, no tienen tecnología para observar el espacio ni capacidad para entenderlo —